lunes, 25 de junio de 2012

Con cupones a Valparaiso

A fines de la semana pasada aparecieron unos cupones de descuento para una estadía de fin de semana en un hotelillo en Valpo a un precio tal que había que tomarlo sí o sí y en ese momento ya! Y algunas brujillas lo hicieron, invitando luego a sus peoresnada para una escapadita  este mismo sábado pasado. En resumen, lo pasamos shansho shansho shansho y qué jué.
El hotelillo, por 10 lucas la noche, no es un Hyatt pero estaba todo perfectamente limpio, en el mejor barrio (cerro alegre) y con todo lo básico y esencial que pudiera pedirse; y como la idea era visitar Valpo y no encerrarse en una pieza de hotel…
Vilma y quien les escribe llegamos pasadito el mediodía al puerto y dejamos el cacharro en un estacionamiento subterráneo para partir a pata hacia el hotel, pues sabíamos que la calle del mismo estaba en reparaciones.  Grande fue la sorpresa de encontrarnos,  una vez más, con el ascensor de El Peral cerrado por reparaciones, por lo que tuvimos que subir con maletas y petacas por esas malditas escaleras llenas de recovecos y curvas imposibles que te hacen subir y bajar para llevarte luego, cansado a cagarse, poco menos que al mismo punto de partida… oh Valparaíso oh… Al final llegamos arriba, sí, pero debo aclarar que a mí me corría la gota, las piernas me tiritaban y apenas podía seguir a mi corazón que se había escapado e iba ya como dos cuadras más arriba…

Lamentable estado físico...pero aún parado!


Luego de registrarnos, fuimos con la Mona a un restaurante medio cuicazo llamado “Il Paparazzo”, que habíamos visto en los tours virtuales previos y que nos tincó bastante pues decía estar ambientado en esa obra de arte cinéfila que es la película “La Dolce Vita”. Llegar allí fue otra tortura para mis piernitas, pero como recorrer esas callecitas en un día cálido es una de esas cosas que alegran la vida, no nos importó y así, medio bailando y medio volando, llegamos al Paparazzo. Monita se comió un filete no sé cuánto y yo un atún con cosas que estaban deliciosas y que, junto a un buen merlot con bosanova de fondo, nos hicieron olvidar las pellejerías sufridas para llegar hasta allí.
Terminadas esas delicatesen, volvimos al hotel para descansar un poquito y esperar al resto, es decir, a Soledad/Horacio y Sandra/Harry, a quienes suponíamos llegando a eso de las cinco-cinco y media y que terminaron llegando puntualmente a las seis. La sorpresa de algunos fue grande, como muestra la cara de Coco cuando le fuimos a tocar la puerta…

cara de asombro? o de weón?

 
En fin, una vez organizados decidimos salir a patiparrear, comenzando con el puerto. Era la hora mágica del crepúsculo, el que nos recibía con una tarde cálida sin viento ni frío ni calor, y decidimos dar un paseo en lancha por la bahía. Era tan mágico el momento que hasta Sandra se atrevió y se subió a la lancha que, azotada por las rompientes del espigón, bailaba su silencioso vaivén con más entusiasmo que de costumbre. Ya había oscurecido cuando recorríamos la bahía, que nos regalaba con lo que el guía llamó “la Joya del Pacífico”, es decir, las luces de la ciudad encaramándose entre los cerros y quebradas contra la oscuridad de la noche… bonita vista sin duda.

A la hora mágica, en el puerto...

en la lancha... de noche ya


Luego de desembarcar, nos fuimos por las calles casi vacías del centro hasta llegar a la estación del ascensor cerro Concepción, gracias al cual subimos en tres patadas y cuatro barquinazos hasta la civilización misma del paseo Gervasoni. Subirse a un ascensor en Valpo no es cosa para débiles pero a esas alturas el ánimo del grupo ya daba para cualquier cosa…


jugando a tener julepe en el ascensor

frente al museo de Lukas
 
Llegados al paseo, nos fuimos pajareando pajareando entre los bares, tiendas y cafés que han traído nueva vida y esplendor a esas maravillosas casonas de antaño y las callecitas que las cobijan. El café que mucho pedían lo tomamos,  para envidia de todos aquellos que nos léen desde sus casas, en las terrazas del famoso Café Turri, el que estuvo a la altura de su prestigio con las delicias que nos dio a probar.

 


en la terraza del cafe Turri

Y ya más calmados, partimos en busca del objetivo de la noche, que no era otro que el famoso Bar Cinzano, allá abajo en la plaza Aníbal Pinto, donde desde hace más de cien años se viene tejiendo parte importante de las más genuinas tradiciones bohemias del puerto. La otra parte fue escrita con malva entre callejuelas oscuras o bares y casas de las cercanías, de esas con grandes ventanales en el segundo piso desde las cuales vuelan desgastadas cortinas iluminadas por sombras que revolotean contra un fondo rojo pálido, ustedes entienden verdad? Bueno, el Cinzano es de aquellos bares populares antiquísimos, de los que destilan quien sabe cuántos millares de historias desde sus viejas maderas, cansadas ya de cobijar cada noche las penas y alegrías de sus comensales, algunos habitués, otros turistas de pasada, pero todos dispuestos a pasar un buen rato junto a los mismo olores, sabores y colores que hicieron la historia del puerto. No se me hizo difícil imaginar reyertas de choros porteños ahí mismo donde estaba sentado, salvando a cuchillo limpio el honor y el amor de alguna pérfida, vaciando el trago amargo de las penas de la vida desde esas mismas viejas botellas que enmarcaban las estanterías del bar o terminando botado en el suelo junto al cantor de tangos mientras los mozos, sin afanarse, te hacen el quite equilibrando los platos para ir a servir a los nuevos comensales que se sentaron al fondo… qué volada no? Pues así es el Cinzano, ricos y pobres, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, maricas y tortilleras, chilenos y extranjeros, todos juntos, un verdadero crisol de almas, y todos vienen a lo mismo.
Llegamos a la hora justa para encontrar una mesa para seis esperándonos. Machas y almejas a la parmesana para las princesas, caldillo de congrio para algunos y albacora en salsa de mariscos para Harry, todo ello regado desde algunas botellas de chardonnay Santa Ema reserva y varias jarras de borgoña en frutilla. Al respecto sólo notar que las machas estaban deliciosas, las otras conchuelas aparentemente también, el caldillo estaba criaturero y sudoroso y la albacora, cuando llegó, dejó la vesícula y el hígado de Harry balanceándose entre el bien y el mal, situación precaria que sólo un buen trago de Araucano logró estabilizar.
mientras la Albacora aún no llegaba
A todo esto, desde el momento mismo en que nos sentábamos fuimos recibidos por la música del conjunto estable del local, el mismo que desde hace décadas hace fluir las notas de Discépolo y Gardel, impecables en sus ternos gris brillantes y corbatas arrebaleras, casi sin moverse (el tecladista ya no se movía) entonaban tangos y tangos, incluso los que les pedíamos. Los tangos se turnaban con las melodías latinas que entonaba una cantaora de la misma época que los músicos y que logró hacer cantar a la Sole y a la Monita al ritmo de sus propias palmaditas, de memoria se las sabían, un espectáculo que por sí sólo hizo que todo valiera la pena. Luego le tocó el turno a Pepe Valencia, un cantaor flamenco que nació con el ADN retorcido y que, tema tras tema tras tema, hizo las delicias de Sandra y recordaban a Harry el sufrimiento de su panza; pero que aún así pedía otra otra otra (vean el video). En fin, luego de varias jarras de borgoña para acompañar el canturreo de tangos conocidos (en la balada para un loco se las mandó el cantorcito ese, no lo neguéis!) salimos de allí bien avanzada la noche, medio trastabillando y definitivamente trasquilados, para ir en pos del descanso merecido.

Volver... con la frente marchita...
La magia del Photoshop!

Espejito espejito... quien es el canoso más bonito?

Salud...


Al amanecer del domingo, tras el desayuno que casi no fue, y del baile del caño que tampoco, llegamos de nuevo al paseo Gervasoni al café museo de Lukas, a quien mostramos nuestro respeto y agradecimiento por décadas de buenos dibujos y mejor humor. A partir de ese momento, Vilma y yo tomamos el camino de regreso a la capitale, con las obligadas escalas en Lo Vasquez y dulces Agua de Piedra, mientras el resto de los comensales se fueron a maltratar a la caleta Portales y esperemos que ellos mismos nos relaten esa parte del viaje en los comentarios que siguen.


3 comentarios:

  1. La verdad que al son del Chipi Chipy, y otras canciones que tarareamos en el Cinzano, lo pasamos realmente bien, al otro día el almuerzo en la Caleta El Membrillo, genial! pero la verdad sacand cuentas, es mucho más barato ir a comer a cualquier lugar menos a la Caleta, los precios na que ver, comparando con la atención y calidad. Luego vienen fotos de este almuerzo y las fotos finales sin la Monita y el Chanchito, quienes ya habían tomado rumbo a la capital a esas horas.

    ResponderEliminar
  2. Entonces nos podemos quedar tranquilos con la cuenta de Il Paparazzo....de todas formas nada de esto importa con lo bien que lo pasamos (aunque algunas fueron mas vivas y solicitaron que su habitación tuviera vista a la bahía y si como esto no fuera poco además la solicito con cano) pueda ser que se repita y que participen mas miembros de Catasa

    ResponderEliminar
  3. jajajaja parece que lo pasaron super bien
    aqui estamos esperando para el paintball

    marion

    ResponderEliminar